11. La Curva

 

Faltaban 3 días para la despedida de mi hermana, y yo había organizado todo.

Sólo me había quedado hacer algunas cosas para los “juegos” boludos que se hacen en esos acontecimientos.

Había comprado todo el cotillón yo.

El martes, un día antes del diagnóstico, dije
– Ya fue, me voy a hacer unas cosas por Cabildo.

Me hormigueaba todo. Me sentía una persona anciana.

La gente caminaba rápido, sin ningún reparo hacia mi ancianidad.

En Cabildo, todo era destrucción y violencia.

Las obras del metrobus, las veredas destrozadas, el trafico desordenado,
y la gente..
La gente enojada, apurada y en su planeta.

Pero yo estaba en otro planeta…

En mi planeta, había otra gravedad. No me dejaba moverme así de rápido.

En mi planeta yo parecía joven, pero en realidad era vieja.
Parecía muy quieta, pero tenia colonia de hormigas a todo vapor, caminándome por las entrañas, construyendo un hormiguero invisible.

Pero fui igual. Total, que me iba a pasar?

Fui a Farmacity, y después a comprar la tanga azul que quería para uno de los juegos que íbamos a hacer, y después a un cotillón de por ahí.

-Tenés cosas para despedida de soltera?

-Ah, jaja si, están en una caja escondidas..

Sacó una caja, se puso en cuclillas, y apoyó la caja en el piso.
La abrió y desde ahí empezó a revolver.
-Tenés de todo acá. Silbato, antenitas, pajitas.. Si querés mirá tranquila, revolvé tranqui!

Claro pero la caja estaba en el piso, y la posición “cuclillas” para una persona anciana como yo, no era una opción.

-Sabes, estoy un poco jodida de la espalda, no puedo más –
La podemos poner en el mostrador?

Esa vuelta me había llevado 1 hora, y había terminado exhausta.

Terminé de armar los juegos para la despedida, el jueves, cuando salí de mi segundo pulso de corticoides. Y mi mamá me ayudó.
Yo escribí a mano, una a una, unas tarjetitas para “el juego del paquete”.
En las tarjetitas, habían preguntas “zarpadas” que mi mamá ni quiso mirar.
Pero me ayudó igual.

Se me complicaba un poco, sólo un poco, la tarea de escribir, y de envolver, pero nada que no pudiera hacer, así que como pude, lo fui haciendo.

Y llegó el viernes, y tenía mi último pulso de 4hs de corticoides.

Después íbamos a ver a un neurólogo que nos había recomendado la diabetóloga de mi mamá. Después de tantos años, ya eran un poco amigas.

El Dr. Sinay de la Favaloro. Nos hizo un sobre-turno, y nos atendió 2 días después de haberme hecho las resonancias.

Yo estaba muy inquieta en esa sala de espera, que era como un pasillo largo. Había gente de todo tipo, jóvenes, viejos, gente con “barbijos”, gente que caminaba raro y que nadie quería mirar.

Y yo, con mis manos y mi pote de crema. Todo el día me ponía crema. Yo sentía mis manos como una lija de pared. Y sentía que cuando les ponía crema, además de aliviar un poco esa sensación, me era mas fácil moverlas y masajearlas.

Cada día que pasaba, mis manos se ponían más duras. Sentir mis manos así, era lo más doloroso que me había pasado en la vida. Nunca había tenido noción de cuán amigas éramos. De cuanto las necesitaba para expresarme en todos los sentidos posibles.

Como mi cara era lo único que no hormigueaba, todo el tiempo me acariciaba la cara, la boca, los cachetes. Por lo menos con la cara podía sentirlas.

Siempre tuve las manos frías. Pequeñas y congeladas.
Pero en este verano tardío, ese frio me congelaba todo el cuerpo.
Para ser Noviembre, todavía no había un clima primaveral… el invierno de 2016 no se quería ir. Y yo literalmente, temblaba y tomaba té todo el día.

Esperamos un buen rato en el pasillo-sala de espera de la Favaloro.
Finalmente, nuestro turno.

Su cara no coincidía con su nombre – Vladimiro.
Él tenia rasgos blandos, y una voz tranquila.

Yo creo que cuando me pongo nerviosa, empiezo a ser “graciosa”.
Como para quitarle seriedad al tema que estábamos por hablar.

A la pregunta: – ¿Cómo estás Vani? .. Respondí: Bien! Bomba!
Con mi sonrisa a más no poder.

Y bueno, en general, en toda la charla, nuevamente estaba un poco “malhablada”.
Pero si, creo que definitivamente, lo hago para quitar seriedad..
Dónde mejor que en el consultorio de un Neurólogo.

Me explicó, que no iba a ser necesaria la punción, porque ya era “ovbio” que tenía Esclerosis múltiple.

En el cerebro, tenia 13 lesiones.
Y según me explicó el Dr. Sinay entre 4 y 9, todavía hay lugar a dudas, pero a partir de 9, era un diagnostico certero.

– Trece lesiones en el cerebro! Tengo un colador!

– Jaja Parecen eso en la placa, pero no son “agujeros”, son “cicatrices”

Después me habló sobre “la curva”: Me explicó que el brote se manifiesta de a poco, que alcanza un pico, y que luego “va bajando” hasta que desaparecen- si todo sale como el creía- todos los síntomas. Con los corticoides, la idea era disminuir ese pico. Pero la realidad es que aún no sabíamos en que “momento” de la curva estábamos. Si ya había llegado al pico, y desde aquí todo empezaría a mejorar, o si mi brote todavía no había alcanzado su máximo exponente.

Okey, entonces todavía podía estar peor. Peor que hormigas. Peor que cansancio y vejez. Peor que un cuerpo exhausto y pesado. Peor que las manos petrificadas.

Yo estaba ansiosa, y creía que me iba a ir de su consultorio con la fórmula mágica para que todo termine. Pero no. Iba a tener que “tener paciencia” y dejar que mi brote crezca, y dejar que empiece a morir.

Esa noche, mi mamá hizo milanesas.
y esa noche, decubrí, mientras todos habían empezado a comer, que yo ya no podía coordinar los movimientos para poder cortar la puta milanga.

Nadie parecía notar que yo me estaba esforzando hasta que se me resbaló toda la ensalada arriba del mantel.

– No puedo cortar, la puta que me pario!!!

– Son los cubiertos que ya no tienen filo, tomá éste que es mejor – dijo mi viejo, tratando de minimizar..

– No Pa, posta que no puedo..

– Es que estas milanesas al horno parecen una suela! Están durísimas, ni yo puedo…

Me esforcé. Me esforcé más que nunca, y como pude, la corté.